martes, 7 de junio de 2011

Vamos, me siento frente a la pantalla a ver si me sale eso de sacarle humo al teclado.
He vuelto.
Cerrar los ojos y tele-transportarme a ese autobús atestado de gente llevándome a Londres, la ciudad de los sueños, puede ser una buena manera de escapar de la realidad de todos los días.
Claro, todo era cemento pero para mi no era más que cartón pintado, algo que eventualmente, en unas horas, se iba a desintegrar e iba a pasar, nuevamente, a ser parte del mundo de las fantasías. Era yo la que estaba sentada aferrada a la mochila, rodeada de desconocidos, lista para encontrarme de una vez con esas imágenes que había repetido en mi mente hasta el cansancio pero que tenían ese sabor a sueño prohibido, imposible. Sin embargo efectivamente soy yo la de las lágrimas en los ojos, soy yo la que al fin logró despegar. Soy yo la que en los sueños camina esa calle que caminaron los grandes, la que sonríe prácticamente como un acto reflejo ante la belleza indiscutible que la rodea.
Tengo estos recuerdos en mi mente para siempre. Son míos, no puedo perderlos ni olvidarlos, y puedo acudir a ellos en cuanto lo necesite. En cuanto el cielo se cubra de nubes otra vez y tenga que salir a pelear contra viento y marea. En cuanto mis labios dejen de besar.